viernes, 7 de mayo de 2010

Just the perfect day

Ayer fue un día perfecto. Qué maravilla. Me levanté prontico (rarísimo en mí), me duché, me lavé el pelo (que me quedó como para ir a Chica Pantene) y salí a desayunar a una terracita al sol. Y vaya sol primaveral, de darle las gracias a Dios (ya sabéis, Dios, mi perrete). El camarero fue muy amable y tardó extraordinariamente poco en servirme. De hecho fue tan amable que entre el jijijaja me salió el desayuno gratis, bravo. Cuando acabé fui a comprar el pan. Un señora mayor intentó colarse a los cinco que estábamos esperando pacientemente alegando aquello de "¡Ay hijo si yo sólo quiero una barra!" ..."¡Pues como todos los demás, señora, así que espere su turno que me cagüenlamar!" y la señora se puso a la cola. Menudo cuadro, pero cuanta razón, hombre ya. Cuando llegué a casa, me puse a estudiar un ratito. Oye, y que me cundió y todo, no me fui por los cerros de Úbeda y aprendí cosas, un no parar de sabiduría, no te digo más. Comí un guiso de mi madre para llorar de rico y venga, a trabajar. Llegué a la parada del autobús y una señora muy del estilo a la de la panadería quería volver a saltarse la cola: "¡Ay, que estoy muy mayor y me duelen los pies!" ..."¡Que no, señora, coñe, que no, que se espere su turno como todo el mundo, que a los demás también nos duelen los pies cagüenDios (en Dios Dios, no en mi perrete), ¿O acaso cree que ese chico con muletas está mejor que usted, o esa chica embarazada de 13 meses?" La señora dijo algo sobre ésta juventud hay que ver en mis tiempos eso no pasaba y se puso al final de la cola. En el autobús todo fue paz y armonía, el conductor se deslizaba como los ángeles y todos la mar de contentos y relajados. Sólo nos faltó cantarle aquello de Para ser conductor de primeeeera, ¡aceleeeera, aceleeera! Cuando llegué a mi puesto de trabajo, pasé seis horas estupendas hablando con mis compañeros, trabajando lo justo, de merendola feliz y riendo sin parar. Hasta los jefes estaban de buen humor y los clientes, oh-cielo-santo, fueron curiosa y extraordinariamente amabilísimos. Al salir del trabajo nos fuimos unos cuantos compañeros a cañear a los bares de siempre. Con el puntillo tonto y más feliz que una perdiz me dirigí a coger el metro. Allí estaba como siempre ese chico guapísimo con el que siempre coincido, con el que siempre intercambio miraditas, pero con el que nunca pasa nada. Pero ésta vez sí. Ésta vez se sentó a mi lado y empezó a hablarme... "Oh Dios, ¡de verdad existes!" (pensaba yo, refiriéndome a Dios de verdad, no a mi perrete, yo por si acaso lo explico). El chico, después de 6 paradas de metro de conversación, me dio su número de teléfono y prometí llamarle. Como para no hacerlo. Justo cuando no me podía creer el día que había tenido, entra en el vagón el típico gañán con el móvil a toda hostia. Mierda, adiós a mi día perfecto.. Pero no, mierda no. Un chaval el doble de alto que él se le acercó y le dijo que una de dos, o bajaba el volumen o le reventaba el móvil contra el cristal. Así, educada y directamente, como debe ser. El gañán apagón el móvil sin rechistar. Todos nos miramos con cara de satisfacción y nos pusimos a aplaudir. Viva el trabajo bien hecho. Llegué a casa y encendí el ordenador. Me pude al día con el Reader. En serio. Qué felicidad. Me puse a dormir y soñé que me iba a Hawai a ver las localizaciones de Perdidos con el chico del metro. No se vosotros, pero yo no le pido mucho más a un buen día...


Si no fuera porque mi día, realmente, se desvió un poco de eso...

Me levanté a la 1 de la tarde, como siempre. No tenía agua caliente y me duché a duras penas. Se me quedó el pelo peor que a la Duquesa de Alba. Miré por la ventana. Frío y lluvia. ¿De verdad estamos en primavera? Amos ya, no jodas. Bajé a por un café al bar de la esquina, y el camarero me abrasó viva. Me tiró el café encima. Para compensar mis quemaduras de tercer grado me invitó a otro café (malísimo) y a una napolitana (más tiesa que una francesa bailando mambo). De mala gana y guardándome la napolitana para utilizarla de pisapapeles fui a comprar el pan. Una señora mayor intentó colarse... Y lo consiguió. Su nieto el Pokero Mayor del Reino estaba en la puerta y nadie dijo ni mu. Cuando llegué a casa metí una pizza congelada en el micro y venga, a comer aquella papa. Después a trabajar. Llegué a la parada del autobús y una señora a intentar saltarse la cola. Y se la saltó. Todo el mundo se quejaba entre dientes (yo la primera) pero nadie la dijo nada. Claro, no fuera a ser que descargara su violencia masiva sobre todos nosotros, mejor andarse con cuidado, que con las señoras de 70 años con chepa nunca se sabe. En ése momento miré al cielo y recé a Dios (recé porque mi perrete Dios no se me comiera los sofás, porque se me había olvidado sacarle comida). El conductor del bus acababa de venir de rallies y olvidó que llevaba pasajeros. Cogió todos los badenes y baches que encontró a su paso con sumo gusto y 5 personas tuvieron que irse a urgencias con las vertebras del cuello desencajadas. Cuando llegué a mi puesto de trabajo, pasé seis horas de mierda aguantando a mis compañeros hablar de sus chorradas y a los clientes con sus marrones. Ahora entiendo porqué en el EEUU la gente va con recortadas a los institutos y grandes almacenes. Al salir del trabajo llovía tanto y hacía tanto viento que se me dio la vuelta al paraguas. Compré otro al chino de la esquina y me duró 7 minutos. Compré otro más al chino de la esquina siguiente y bueno, ¿ya sabéis, no? Que se me volvió a romper. Calada hasta los huesos, con el maquillaje corrido y el pelo recién sacado de Dinastía, me metí al metro. Allí estaba el chico guapísimo con el que siempre coincido... Y efectivamente, allí estaba también la chica rubia, altísima, monísima y 10 años más joven que yo con la que también siempre coincido. Y mira, ese fue el día en que los dos se pusieron a hablar e intercambiar móviles. Cabrones. A mí un chico de unos 20 años sentado a mi lado me dijo "Señora, tenga un klínex para limpiarse". Es triste, lo sé, me quise morir. Cuando ya pensaba que las cosas no podían ir a peor, entra en el vagón el típico chaval con el móvil a volumen +50000. ¡Dios! (acordándome de mi perrete, con principio de muerte por inanición), ¡Soy una buena persona!, ¡No me merezco ésto! Pero claro, nadie dijo nada. Todo el camino escuchando latineo. Llegué a casa, me sequé, resucité a mi perrete haciéndole el boca a boca y dándole de comer, y encendí el ordenador. Ni un sólo email interesante. Me meto en el Reader, me da un sofocón por todo lo que tenía pendiente para leer y lo apago. Me puse a dormir y soñé que estaba hablando con Manolo Kabezabolo sobre literatura en un gimnasio mientras unas 20 personas saltaban al plinto.

Acepto abrazos y palabras de cariño, gracias.

2 comentarios:

  1. Pues muchos abrazos y ánimo el día perfecto seguro que llega el día menos pensado.

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  2. Gracias a tu mal dia me has alegrado la mañana. Espero que al menos eso te sirva de consuelo.

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