domingo, 18 de abril de 2010

Lunas

Vale, os voy a contar una cosa que me pasó hace algunos años:

Estaba yo tan tranquila en el autobús volviendo del trabajo a casa. Era un día de esos asquerosos, hacía frio y llovía. Yo estaba sentada al lado de la ventana, que estaba completamente empañada, y me puse a hacer dibujines en el cristal, así aleatoriamente, tonterías varias (todos lo hemos hecho). El caso es que se me fue un poco la mano y casi dibujo toda la luna (el cristal del bus, ¿se entiende, no? hasta la luna de verdad no llego, no soy tan alta), así como quien no quiere la cosa. A mi lado había un chico joven, bien parecido, con barba y camisa. El chico se quedó mirando la luna (el cristal) con cara de asombro. Yo le miré un momento de refilón, pero bastante a lo mío, y seguí congelándome el dedo dibujando en la luna (el cristal). De repente el chico me dice que se ha quedado perplejo con lo que he dibujado, que le gusta mucho. Yo le miro con cara de "ajá" y sigo a mi tarea ("y si me ve, que me vea"). El chico, con un acento raro, me dice que no, que lo dice totalmente en serio, que si tengo algo en papel dibujado que pueda enseñarle... Le digo que no, que no dibujo, que no se dibujar, que lo de la luna (el cristal) no significa nada, que son sólo monigotes. El caso es que el muchacho me dice que tiene una galeria de arte en el centro, que suele subirse a los buses, metros y transportes públicos varios para cotillear en libretas de la gente y demás en busca de nuevos talentos. Que si, que lo juro, que me dijo eso. Le volví a mirar con cara de "ajá" y volví a seguir a mi tarea ("y si me ve, que me vea"). El chico me dijo que tenía talento (¿ein?), que podríamos hacer algo juntos (¿perdón?) y me dió su tarjeta. Ok. La cogí (la tarjeta) educadamente, me la metí al bolsillo (la tarjeta... Perdonadme, hace tiempo que no mantengo relaciones, digamos, íntimas, y todo me parecen alusiones sexuales) y me bajé del bus. Pasó una semana. Yo había olvidado por completo al galerista, cuando en la misma ruta, la que yo cogía siempre (la ruuuuuta) iba de nuevo sentada al lado del cristal dibujando mis monigotes y veo que sube el muchacho. Intento esquivar la mirada pero él se volvió a sentar a mi lado... No me has llamado, no quieres ser famosa, yo te puedo dar fama y dinero, eres buena, ¡eres una ARTISTA! No, espera, ¿Cómo? ¿Has dicho DINERO? ¡Haber empezado por ahí, coño! ¡Amigo, mentor, seré tu padawan! Ahora empezaba a hablar claro el galerista de las narices. Pasta. Todo es pasta. Todos nos vendemos por pasta (dinero, ¿se entiende, no?), todos tenemos un precio.

Bueno, parece que el amigo galerista (se llamaba Marcus, era alemán) se convenció por fin que yo no sabía dibujar sobre papel, ni con boli, ni con ceras, ni con rotus, ni siquiera con el Paint. Lo mío eran las lunas (cristales) empañadas y el dedo. El pobre Marcus se quedó desolado, ¿y ahora qué? ¿Qué podíamos hacer? Que desengaño, que disgusto. Estábamos en su casa (ya había confianza), llovía, como siempre, y de nuevo, inconscientemente, me puse a dibujar en el cristal. Y Marcus vió clara la solución. Se levantó y ¡Bam!, bombilla iluminada sobre la cabeza (se acababa de dar contra la lámpara, el pobre). Lo que había que hacer era precisamente eso, dejarme dibujar sobre los cristales y venga, colgarlo sobre las paredes de la galería. Se te va la olla, Marcus. Pero no, no se le iba, o sí: La idea, el concepto era colgar sobre las paredes de la galería cristales enormes con mis dibujos. Imagiraros el percal. Marcus me lo iba explicando como si se lo creyera de verdad, el tio. Montamos unas instalaciones en la que los cristales estén permanentemente empañados, que los dibujos no se borren, que se mantengan, que no escurran. Costará una pasta, pero da igual, porque la gente se va a llevar las instalaciones DE TRES EN TRES. Nos vamos a forrar. DIOS, me iba a forrar, iba a ser rica. Adiós a mi puta rutina. Hola a los yates, los viajes, los tíos en gallumbos, hola a todos los tópicos de los nuevos ricos. Gracias Blas y Cía, gracias lunas gigantes (cristales), gracias trabajo en el centro, gracias hora y media de camino a casa... ¡Gracias a vosotros no volveré a currar nunca más! ¡Soy buena, soy una artista, soy LO MÁS!

Y llegó el día de la exposición. No os imagináis los nervios. Quedó fetén, hicimos 15 instalaciones de lunas (cristales) de bus refrigeradas con un sistema muy currado para que no se fueran los dibujos... Termómetros, temperatura ambiente, antivaho, cuidado no te acerques mucho... Un despliegue, amigos, un despliegue. Y empezó a llegar gente. Todo el mundo high class. Todo el mundo pastoso, todo el mundo muy entendido, con mucha pasión por lo suyo. La hora de la verdad.

No le gustaron mis garabatos a nadie. Ni a una puta persona. La gente no entendía nada, señalaban las lunas (cristales) y se reían. Me miraban a mí con mi vestitido del Blanco y se reían. Marcus estaba compungido, él tampoco entendía nada, él lo había visto claro. La inauguración y la exposición en sí fue un fracaso. No vendimos nada. Marcus había invertido un montón de pasta en el proyecto y le había salido rana (pero rana de verdad, de la humedad de las instalaciones empezaron a salir champiñones y animalicos) y estaba desolado. Tuvo que cerrar la galería. No volví a saber nada de él.

Mirad, yo ya le dije que no sabía dibujar, ¿qué queréis? Pues nada, que volví a mi rutina de siempre, al bus... Eso si, no he vuelto a dibujar en las lunas (cristales) nunca más, no vaya a ser que la liemos.

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